“Aquí se pueden estar desmayando y no te dejan pasar”
Miles de vicisitudes sufren los adultos mayores al acudir a las distintas agencias bancarias para intentar hacer efectivo la pensión
El Sol cae sobre ellos. Ojos rojos y vidriosos son la evidencia del trasnocho. Un estruendo en el estómago recuerda que no hay con qué comer. Contados billetes descansan en los bolsillos, mientras los ancianos, con ceño fruncido y pies hinchados, aguardan en una interminable cola.
Largas filas visten cada mes las fachadas bancarias donde estos ancianos cobran las pensiones. Los conductores pasan sin imaginar el drama que vive cada adulto mayor que aguarda el pago de su pensión, mientras que la indignación, la rabia y la impotencia carcomen durante la espera.
Los abuelos pasan las noches a la intemperie con camas improvisadas de cartón, sin cobija y sin chaqueta. Cabecean en la madrugada rogando que al día siguiente la odisea acabe. Sin embargo, cuando llega la mañana, el esfuerzo no vale nada cuando oyen unas simples palabras: “atenderemos a 50 personas”.
Ramón Fuenmayor de 79 años, fue sacado en brazos de una agencia bancaria, no pudo cobrar la pensión porque no logró estampar su firma en la planilla, debido a un ACV que sufrió hace poco. «Él sufrió recientemente un ACV, y apenas es consciente de lo que sucede cuando lo ponen dentro del vehículo que lo transporta», cuenta su hija, quien enardecida que ante el estado de salud de su padre, el temblor de la mano le impidió firmar para poder cobrar. Ni la tarjeta, ni la cédula ni la libreta fueron garantes para poder obtener su beneficio.
El poco y a veces escaso dinero ocasiona que los ancianos eviten la descompensación con lo que consiguen en los alrededores. Otros, relatan cómo dividen un pastel en dos comidas, o cómo su familia debe llevarles alimentos para poder aguantar. Otros, no comen. Se vuelven prisioneros del desespero en una cárcel al aire libre. Sin baño ni salida.
Sin distinción ni consideración, enfermos y discapacitados esperan por algo de piedad para ser atendidos primero, en tanto, algunos con dolencias propias de la edad se quejan cuando les piden informes médicos actualizados. Artrosis de rodillas y tensión arterial fueron las molestias más escuchadas.
Sául Molina de 62 años, cuenta avergonzado cómo durante la espera, ante una hipotensión que le provocó desvanecimiento, naúseas y sudoración fría, defecó en su pantalones involuntariamente, y aún así, luego de 24 horas, no ha sido atendido.
“Aquí se pueden estar desmayando y no te dejan pasar”, grita a lo lejos un mayor.
“Tengo tres días durmiendo aquí. Hoy vino mi mujer para yo poder ir a bañarme y comer. Uno se cansa, se pone cochino. Esto no puede decir, y nadie dice nada”, pelea Marcelo Franco de 73 años.
Así, entre quejas, hambre y un sofocante Sol, los abuelos pernoctan anhelantes. Algunos solos, otros tantos acompañados, ante una espera que no termina.
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