Novak Djokovic luego de ganarle a Rafael Naldal en la penúltima ronda, le tocó la final con Kevin Anderson a quien también dejó en el césped, para de esta forma coronarse luego de 4 años, Rey del torneo de Wimbledon
Con un duelo de 6-2, 6-2, y 7-6, en 2h 19m, el serbio Novak Djokovic le ganó al sudamericano Kevin Anderson en el Centre Court de Londres, logrando ganar su 13° Grand Slams del tótem. Y es que desde el 6 de julio de 2016 no se le vía posar con metal entre las manos.
El sudafricano Anderson, expuesto dos días antes a una derrota para superar a John Isner (6h 36m) y con escaso tiempo para descansar su cuerpo, sufrió mucho con los cambios de sentido de Djokovic, maestro en la lectura y la necesidad de cada partido.
Ya que con cada jugada le dio a que pensar, puesto que al principio en las cuatro primeras bolas Anderson no reacciona mal, pero a la quinta se aceleró en busca de un golpe definitivo que casi siempre se le va largo, generosamente largo o desviado.
A pesar del buen desempeño del sudamericano, quien durante la jornada ha pasado a dos importantes finales, la primera en Nueva York, el pasado septiembre, y esta de Wimbledon, a la que le faltó toda la emoción que el torneo ofreció en las dos jornadas previas, con su maratonico pulso con Isner y el inmenso choque entre Nadal y Djokovic.
Ahora Djokovic se encuentra con otro Grand Slam y es por esto que quiso pisar el acelerador desde el principio, para así evitar algún contratiempo y no fuera a ser que a su rival le diese de nuevo por pegar otro martillazo a los pronósticos.
Una racha con altibajos en la temporada
En el juego contra Rafael Nadal en 29 minutos se había hecho con el primer parcial y en poco más de una hora (1h 12m) ya tenía también el segundo dentro de la alcancía. Para luego darle rotundidad al saque y un acierto extraordinario en la definición, el único pero que se le pudo achacar frente a Nadal.
Luego se recuperó el de Belgrado (31 años) ese modo robótico que le convierte en un tenista superior, extremadamente complicado de desbordar, incandescente, a su máximo nivel, se trata del jugador con menos puntos débiles de las dos últimas décadas porque se desempeña bien en todos los frentes y todas las superficies, y en la hierba su pericia se expresa ya los cuatro títulos de Wimbledon.
A la altura ya del legendario Rod Laver, de Anthony Wilding y Reggie Doherty; a solo un paso de Björn Borg, aunque avistando aún de lejos a Pete Sampras, Williams Renshaw (7) y el laureadísimo Federer (8).
En una final de una sola dirección puesto que son par de treintañeros el balcánico trituró muy rápido las esperanzas de Anderson, que hace tres años estuvo a punto de enviarlo a la lona en los octavos, obligándole a remontar dos sets.
En esta ocasión, sin embargo, no hubo color, tan solo una pequeña franja igualada en la última manga: Djokovic no perdonando ni media, convirtiéndose en el tenista con el ranking más bajo (21) que gana el evento desde Goran Ivanisevic (125, en 2001) y un grande desde Gastón Gaudio (44 en el Roland Garros de 2004).
Alzado al número 10 de la escala mundial, certificó su resurrección definitiva con su cuarto éxito en Londres (antes, 2011, 2014 y 2015), donde solo Andy Murray ha sido capaz de batirle (2013) en un duelo con el trofeo en juego. Está de vuelta Djokovic, lo cual supone un maravilloso incentivo para un circuito excesivamente previsible durante los últimos tiempos, monopolizados los grandes escenarios por Nadal y Federer, y las migajas para el resto.
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