Valle de la Pascua, Estado Guárico, 04-12-1882/ †19-05-1965
Felipe Hernández G.
Célebre jefe guerrillero venezolano de comienzos del siglo XX, nació en Valle de la Pascua, estado Guárico, el 4 de diciembre de 1882, ciudad donde murió el 19 de mayo de 1965. (J.A. De Armas Chitty (1978) dice que “el Dr. Saúl Ron, emparentado con los Arévalo Cedeño, le informó que EAC nació en Altagracia de Orituco”). Descendiente del capitán Pedro Arévalo, revolucionario desde 1808, quien combatió por más de diez años en la guerra de Independencia, fueron sus padres, el general Pedro Arévalo Oropeza y doña Dionisia Cedeño, biznieta del general Manuel Cedeño, muerto en Carabobo el 24 de junio de 1821 luchando contra el batallón Valencey.
Fue su madre, doña Dionisia Cedeño de Arévalo, descendiente de indígenas y bisnieta del prócer Manuel Cedeño, quien “le inculcó al pequeño Emilio la bravura y el amor a la tierra propio de los Tamanacos”. Su padre, el general Pedro Arévalo Oropeza, liberal amarillo, fue general y soldado de La Federación, sirvió a la patria bajo las ordenes de los generales Antonio Guzmán Blanco y Joaquín Crespo Torres… “Caudillo liberal de gran prestigio en Valle de la Pascua y el Oriente del Guárico, fue el primer jefe del partido de Los Turupiales”. Fue presidente del Concejo Municipal del departamento Bravo (capital Valle de la Pascua) del Gran Estado Guzmán Blanco, entre los años 1882 y 1884.
Emilio Arévalo Cedeño estudió en el Liceo “Roscio” de Altagracia de Orituco, institución que tempranamente abandonó porque fue cerrado por instrucciones del Ministerio de Instrucción. Se dedicó a recorrer los llanos como comerciante ambulante de bestias y se hizo socio de una pequeña imprenta en Altagracia de Orituco, donde editó en pequeño formato un periodiquito llamado El Titán, del que solo se publicaron ocho números. Luego estableció una bodega que se incendió totalmente. Luego volvió al comercio de frutos, animales y actividades de sustento que lo llevaron a recorrer vastas porciones de la geografía venezolana y a relacionarse con innumerables personas, hasta que se dedicó a dominar plenamente el oficio de telegrafista que ya había practicado en su labor periodística. En San José de Río Chico, fundó el periódico Helios, también de poca duración.
En 1905, siendo orador de orden en una fiesta social, lanzó severos ataques contra la tiranía de Cipriano Castro. Y a finales de 1908 se encuentra en Caracas, y presencia de primera mano los episodios conducentes a la caída de Cipriano Castro, y el ascenso al poder del futuro dictador, Juan Vicente Gómez. Emilio Arévalo Cedeño siente el despertar de su anhelo libertario. Fue testigo de la poblada contra el diario El Constitucional, fuertemente reprimida por el gobernador del Distrito Federal, Pedro María Cárdenas. El 19 de diciembre de 1908, cuando se iniciaba la dictadura de Gómez, y casi nadie reaccionó, Emilio Arévalo Cedeño lanzó su grito de guerra:“¡Los venezolanos renunciaron a su sexo para convertirse en mujeres!! Los venezolanos sienten placer y orgullo en ser esclavos de Gómez y de su tribu”.
Hombre valiente, enérgico y de inquebrantable voluntad, de profesión telegrafista, profesión que ejerció entre los años 1900 y 1913, como jefe de la estación en Libertad de Orituco; luego en Altagracia de Orituco, con el mismo cargo y como operador en Ciudad Bolívar, Soledad, Cantaura y por último, en 1910 es nombrado jefe de la estación telegráfica de Caicara de Maturín. En esta ciudad contrae nupcias con Antonia Ledesma Guzmán, de quien enviudó nueve meses después. Nuevamente se dedica al comercio de ganado y a la compra-venta de caballos en los llanos monaguenses, guariqueños y apureños, lo que le permitió evaluar conscientemente la intensidad del despotismo político que padecía la nación.
¿Cómo llegó Emilio Arévalo Cedeño a oponerse de manera tan drástica a la incipiente autocracia gomecista? El episodio desencadenante aconteció el año 1913. Transcurrido un lustro en el poder, el hombre de La Mulera había forjado un verdadero monopolio, no solo político, sino económico. El Estado era él. Y como en la existencia de Venezuela, desde la colonia y pasada la independencia, todo, absolutamente todo, siempre ha pertenecido al Estado, entonces todo, absolutamente todo, era propiedad de Gómez. Antes se le llamaba mercantilismo. Luego se le ha denominado estatismo. “Todo es del Estado. Y el Estado es el Jefe, el Benemérito, el Amado Líder. La historia vuelve a repetirse, como decía el viejo tango. Las autocracias te quitan lo tuyo. Tus propiedades. Tu dignidad. A menos que te arrodilles. Todas las dictaduras se parecen. He aquí la conclusión a la que arribó Emilio Arévalo Cedeño”… Ese mismo año 13 condujo una manada de trescientos potros hasta Apure, que ambicionaba venderlos a buen precio, aun cuando ya el monopolio gomero se extendía como un pulpo séptico por doquier. En San Juan de Payara contactó a sus habituales compradores. Medrosos, los clientes confesaron su imposibilidad de adquirir las bestias. La orden era tajante: “Únicamente el representante de Gómez podía comprar los caballos, cancelándolos a su exclusiva conveniencia. Desobedecer esta arbitrariedad se pagaba con cárcel y hasta con la vida”.
Emilio Arévalo Cedeño se llegó hasta el hato La Candelaria. Negoció a precio vil con el general Eulogio Moros, procónsul gomero en Apure, la venta de sus potros. Ahí mismo, en silencio, se prometió a sí mismo cobrar la afrenta que lo llevaba a la ruina. Simultáneamente, Gómez se hacía reelegir “democráticamente” por siete años más, gracias a un congreso genuflexo que lo habilitaba y lo rehabilitaba a tal fin. Arévalo Cedeño decidió no soportar impunemente tanta desvergüenza y sumisión.
Negarme a entregar los caballos era ir a la cárcel, y como yo sé protestar contra las tiranías con un fusil en la mano, y no he nacido para esclavo sino para ser hombre libre, resolví aceptar el brillante negocio que me proponía el general Moros, pero desde ese momento juré en silencio y por la memoria de mi padre, que abandonaría hogar, esposa y todo para irme a la guerra, esperando tan sólo el momento para justificar bien ante la Nación mi aptitud patriota […] El hombre de trabajo se transformaría en guerrero, jurando no claudicar jamás de su condición de ciudadano digno, estar siempre de pie con el fusil en la mano ante la afrentosa tiranía y no permanecer ante ella de rodillas ni boca abajo como los esclavos vencidos, como lo estuvieron ante el monstruo de “La Mulera”, la mayoría de mis compatriotas, durante los veintisiete años que cubrieron de duelo el hogar venezolano.
Se destacó por su férrea oposición al régimen de Juan Vicente Gómez, el 19 de mayo de 1914, a la cabeza de 40 hombres abre una parábola en Cazorla que cierra en 1929 en La Panchita (sur de Anzoátegui) porque es el primero y al mismo tiempo el último de los guerrilleros que se alzan contra Gómez. 1914 y 1929 son dos momentos claves en que Gómez se pone al frente del ejército en espera de revueltas porque ha resuelto continuar en el poder. En ese orden, sufriendo derrotas en varios combates, tras lo cual escapó a Trinidad y de allí a Colombia desde donde organizó y llevó a cabo entre 1915 y 1933 siete invasiones sobre el territorio venezolano por el Arauca. En 1921, en su tercera invasión al mando de 123 hombres, tomó San Fernando de Atabapo, capital del Territorio Federal Amazonas, donde gobernaba el temido Tomás Funes “quien en ocho años había asesinado a 421 personas, arrebatándole sus bienes”. Arévalo lo apresa, lo somete a un Consejo de Guerra que le sigue juicio y lo condena a muerte. “Cuando el presidente J.V. Gómez mandó a ofrecer a Arévalo una altísima suma con la condición de que fuese liberado, aceleró su fusilamiento” el 30 de enero de 1921 en la plaza del poblado, en presencia de todos los habitantes.
J.A. De Armas Chitty, en su obra Historia del Estado Guárico (1982), expone que: “La figura de mayor relieve en la protesta rebelde contra la dictadura del general Juan Vicente Gómez, es la del general Emilio Arévalo Cedeño, quien entre 1914, en Cazorla, y 1929, en La Panchita, realiza numerosas invasiones, recorriendo la región central del país…”. En el Guárico, Arévalo Cedeño sólo combate, en los sitios de El Alto del Jobo, al Este de Santa María de Ipire, el 2 de septiembre de 1921, cuando bate al coronel Julián Carreño España, y con este, a hombres aguerridos, como los coroneles Manuel Toro Fernández, M. Martínez Segovia y Carlos Hernández Abello. Se ignora cuantos murieron en este encuentro. De ahí, que De Armas Chitty, ahora en su obra Semblanzas, Testimonios y Apólogos (1982), haga del personaje, la siguiente acotación:
“Dentro de una perenne expresión rebelde, este hombre menudo y ágil, abre una parábola que él mismo cierra porque es el primer caudillo y al mismo tiempo es el último que se alza contra la dictadura del General Juan Vicente Gómez. […] Los pueblos le aplaudieron y le ayudaron porque comprendieron cuán noble es luchar contra ejércitos numerosos siendo débil y con un ideal de justicia…”.
En 1926, Arévalo Cedeño participó, junto con Carlos León, Gustavo Machado y Salvador de La Plaza, en la fundación en México del Partido Revolucionario Venezolano (PRV), del que se retiró al poco tiempo al darse cuenta de sus inclinaciones marxistas; lo que le valió serias críticas, así como el apodo de “Caricatura de Centauro” por parte de Rómulo Betancourt.
Después de la muerte de Juan Vicente Gómez, en 1936 retornó a Venezuela donde publicó El libro de mis luchas, en el que narra muchos pasajes de su vida como guerrillero contra el gomecismo. En el mismo año de 1936, fue elegido diputado al Congreso Nacional por el estado Guárico, proponiendo desde este cargo el retiro de Venezuela de la Sociedad de Naciones, lo que provocó un intenso debate en el seno del cuerpo legislativo. En 1937, el presidente Eleazar López Contreras lo nombró presidente del estado Guárico, entidad en la que realizó una política a favor de los agricultores, mediante la instalación de molinos de viento para sacar agua, la apertura de vías de comunicación para facilitar el transporte de la producción agrícola y pecuaria de la región, y la creación de instituciones educativas, entre otras el Liceo “Juan Germán Roscio” de San Juan de los Morros.
El general Emilio Arévalo Cedeño fue de los más acérrimos antigomecistas. Algunos lo llegaron a catalogar de jacobino pequeñoburgués, otros de simple ladrón de caballos y de ganado. Los marxistas Gustavo Machado, Carlos Augusto León y Rómulo Betancourt lo tildaron de reaccionario, anticomunista y oportunista. Se regó la especie de que en una ocasión Gómez tuvo la oportunidad de capturarlo, pero que ordenó se le dejara en paz porque era conveniente mantenerlo en circulación para de este modo el dictador justificar sus desmanes. Arévalo actuaba como cuatrero para dar de comer a sus guerrillas que andaban por las selvas, desafiando miles de peligros.
El historiador Harrison Sabin Howard (1984), refiere que: “A pesar de todas las limitaciones del enfoque de Arévalo Cedeño, pocos venezolanos le igualaron en la persistencia de su oposición. Y hubo momentos oscuros para la oposición a Gómez en el que inspiraba un gran respeto y constituía una esperanza para los que, como él, le resistían”. En 1927 Nicolás Hernández escribió una vez a José Rafael Pocaterra que los demás caudillos “tienen que convencerse que la única esperanza hoy es Arévalo y que si esa chispa revolucionaria se extingue tendremos que olvidarnos de Venezuela hasta que el cáncer o una disentería acaben con Gómez…”. Arévalo Cedeño era “un hombre desinteresado” que “no ha militado en la política de nuestro país; ha sido militar y nada más, y esta candidez política está puesta de manifiesto en su directorio, nombrado para no aparecer un ambicioso vulgar si se proclamaba por sí Jefe de la Revolución”. Carlos Delgado Chalbaud rechazaba la impulsividad de Arévalo, pero admiraba la tenacidad y las energías, “…Tengo por él una viva simpatía, pues es un hombre de méritos…”. Y muchos años después de la desgraciada invasión de Román Chalbaud en 1929, José Rafael Pocaterra sostenía “que el único de los hombres de la oposición de quien creo tiene la voluntad de servir con su persona para encabezar un movimiento revolucionario eficaz, si tiene elementos, es Emilio Arévalo Cedeño”.
La acción más extraordinaria de este guerrero fue la derrota, captura y muerte de ese monstruo – jefe del Territorio Federal Amazonas- llamado Tomás Funes. Funes junto con Vicencio Pérez Soto y Eustoquio Gómez eran los tres más formidables pilares de gomecismo. El fusilamiento de Funes puede considerarse una de las acciones más épicas realizada en el siglo XX, si se toma en cuenta la poderosa fuerza que tenía este asesino para proteger sus multimillonarios intereses en balatá. En la novela La Vorágine (1924) del escritor colombiano, José Eustasio Rivera, Funes es tétricamente retratado como un prodigio de maldición abortado por lo más abyecto de la selva.
En un país aterrado por la represión más sanguinaria, el desafío de Arévalo Cedeño fue un acontecimiento único: derrotó en varias oportunidades a las fuerzas gomecistas en contiendas como la de Santa María de Ipire, donde acabó una fuerza diez veces superior a la suya, comandada por el general Manuel Sarmiento, presidente del estado Guárico. Luego habría también de triunfar en Gafualito (a 190 kilómetros de Maracay). A las fuerzas de Gómez venció en Río Negro, Cenizas, Guasdualito, Campo Alegre, Bruzual, Cuchivero, Lezama, Turen, Acarigua y Araure. Como era telegrafista, desde los puestos que iba tomando, enviaba mensajes a Gómez en los que le desafiaba. Emilio Arévalo Cedeño en su gesta guerrillera utilizaba una de las más importantes armas de guerra comunicacional de aquella época en Venezuela: el telégrafo.
En una oportunidad, derrotó al ejército gomecista del general Manuel Padilla, e inmediatamente después tomó el pueblo de Santa Ana. Conocedor de la línea sur-este manipuló el aparato y llamó con la señal “treintiuno” (distintivo de los telegramas para Gómez) y escribió: “De acuerdo con mi telegrama de ayer, tengo la satisfacción de participar a Ud. que he capturado al faccioso y ladrón Arévalo Cedeño, suplicando a Ud. respetuosamente se sirva decirme que hago con él”. En otra oportunidad, asaltó la oficina telegráfica de Orituco y trasmitió el siguiente mensaje:
General Juan Vicente Gómez – Maracay. Han llegado noticias a mi campamento de que el gobierno americano obliga a Ud. a abandonar el poder, libertar a todos nuestros compatriotas encarcelados, abrir las puertas de la Patria a todos los desterrados y convocar al país a elecciones. Patriota como soy, convengo en que Ud. haga lo que se le impone, porque es lo humanitario, lo civilizado y lo republicano; pero debo protestar por la intervención de un poder extranjero en los asuntos internos de nuestro país. Es decir, que combatí contra Ud. y seguiré combatiendo contra los americanos del Norte, porque la herencia de Bolívar es única, indivisible y no permite intervención. Su compatriota que jamás ha sido su amigo – E. Arévalo Cedeño.
En todas sus proclamas no dejaba de recordar frases del Libertador, su gran inspirador en todas sus batallas. En su trabajo siempre puso de manifiesto “la persistente cobardía del pueblo venezolano”, con frecuencia habla de esclavos, no de venezolanos: casi nadie le quiso acompañar en su lucha, fue varias veces traicionado. En sus viajes a Trinidad, Nueva York, Barranquilla, Arauca y Cartagena pudo comprobar que los venezolanos allí asilados eran unos charlatanes que le tenían pavor a Gómez, aunque contra él perorasen toda clase de insultos. Fue un hombre muy solo, y solo luchó contra Gómez casi treinta años.
Ya en 1923, encontrándose en Nueva York, siempre conspirando contra Gómez, decía: “El petróleo fue una maldición para Venezuela, porque aquella riqueza, así como pasaba a las arcas del tirano, de su familia y de sus favoritos, así también dio fuerzas a la tiranía con el apoyo de los gobiernos de Norte América, Inglaterra, Holanda y Francia y otros más, para que Gómez hiciera la desgracia de nuestra Patria”. Arévalo Cedeño hizo más de siete invasiones contra Venezuela y jamás fue capturado. Convencido estaba de que los revolucionarios asilados en Nueva York poco o nada harían por la libertad de su país: “El 12 de abril de 1923 tomaba un barco para llegar a Panamá […] dejaba a mis compatriotas atrofiados por aquel ruido ensordecedor del que nos hablara el magno poeta de Nicaragua, quienes como atrofiados nada harían nunca por la libertad de Venezuela”.
En la invasión a Venezuela de 1924, tomó San Fernando de Atabapo y organizó un gobierno revolucionario en el Territorio Federal Amazonas. En realidad él tenía que hacer frente al gobierno colombiano que también le perseguía. Dirigió comunicaciones a los compatriotas en el exterior para que acudieran donde él estaba haciendo aquella tenaz oposición a Gómez, pero nadie se movió. Tendría que confesar desesperado que aquellos haraganes que se daban a la tarea de criticar cuanto él hacía, eran los responsables de los crímenes de Gómez. Y añade en sus memorias: “Pero esos hombres vendrían después satisfechos al país a recibir los cargos de la República, a coger los dineros de nuestros pueblos, porque Venezuela es una nacionalidad en donde la sanción no existe, que sabe olvidar muy pronto, en donde es lo mismo ser bueno que malo, ser honrado que ladrón”.
Agobiados por el acoso colombiano y las fuerzas de Gómez, luego de un combate de 36 horas en la boca del Casiquiare, con seis cartuchos y sin comida, él y su gente emprendieron retirada por el Alto Orinoco para alcanzar la frontera con Brasil. Un día cazaron un pequeño mono que sirvió de alimento para veintiocho hombres. En enero de 1925, en una impresionante travesía, llegaron a Santa Rosa de Amanadona para pasar luego a Brasil. Expresa a sus camaradas, que deben solicitar asilo en la República de Brasil, para que luego se reúnan y emprendan la lucha desde otro lugar y con nuevos bríos.
En marzo de 1925, vuelve a Nueva York en busca de ayuda para intentar invadir nuevamente a Venezuela. Encontrándose de nuevo con todas aquellas momias egipcias, como él llamaba a los exiliados venezolanos en esa ciudad: gente, que según él, vivían del negocio de la revolución. Un día Inocencio Spinetti le dijo: “Tú estás equivocado, y esos hombres tienen razón, porque ellos no necesitan hacer nada contra Gómez, porque regresarán a la Patria a recibir puestos que los esperan; tú te sacrificas por un deseo de Patria libre, pero ellos se ríen de ti, porque su posición está asegurada sin tener las penalidades que tu sufres”. Es decir, que su guerra a la vez de hacerla a Gómez también iba contra la resignación miserable de su pueblo y contra esos dirigentes que se encontraba tranquilos y felices, dándose la gran vida en nombre de la libertad y de las llamadas luchas sociales.
El general Arévalo vivió calvario, siempre buscando dinero en Francia, Inglaterra y La Habana. Era un hombre culto que hizo amistad con escritores eminentes como José Vasconcelos, autor de La Raza Cósmica, José Rafael Pocaterra y Rufino Blanco Fombona. Luego de recorrer varias islas en Las Antillas pasó a México. En mayo de 1927 partió hacia París para entrevistarse con el general Román Delgado Chalbaud. Nada en claro quedó de estos encuentros, hasta que ingresó otra vez a Venezuela por el Arauca.
De vuelta a sus andanzas, corrió a liberar a los estudiantes que Gómez tenía presos en Palenque, trabajando en las carreteras de los Llanos. Los espías de Gómez se enteraron de la operación y levantaron poderosos campamentos militares, haciendo un cerco a los estudiantes. Hubo el general Arévalo de retirarse al estado Anzoátegui. Comprobaba en su marcha que nadie quería unírsele; según él, nadie quería a Gómez pero no había conciencia revolucionaria. Entonces inició un largo periplo por sabanas y selvas, siempre seguido de cerca por las fuerzas del gobierno. Fuerzas combinadas de cinco estados (Guárico, Apure, Bolívar, Anzoátegui y Monagas), le perseguían disputándose el honor de capturarle. Pasó con su gente varias veces el Orinoco, procurando confundir a sus enemigos. Fueron seguidos por camiones cargados de soldados, quizás por primera vez en el país se realizaban estas acciones militares. Cuanto seguidor de la causa de Arévalo Cedeño caía en manos del gobierno, era liquidado en el acto. Así sería la ferocidad con que era perseguido, que dos oficiales se suicidaron para no pasar la vergüenza de presentarse ante Gómez, burlados por las acciones de este guariqueño. Fueron ellos, el general José Miguel Guevara y el coronel Alfredo Rodríguez López.
Los fieros acosos le hicieron replegar nuevamente en tierras colombianas. Entró por el Arauca, donde padecieron fiebres, mordeduras de las llamadas veinticuatros y tambochas y toda clase de alimañas; llegaron a pasar cuatro días sin probar alimento, cruzando los ríos Guárico, Pao, Portuguesa, Guanare, Masparro, Uribante, Sarare, vomitando bilis y sin poder echarse a descansar. En 1930 pudo Arévalo llegar a Santa Marta y desde ahí ir a Trinidad a bordo del vapor “Coronado”, pero el gobernador de esta isla le prohibió desembarcar. La recompensa por su captura llegó a tasarse en un millón de bolívares de entonces. Las autoridades colombianas lo devolvieron a la ciudad de Carupano en Venezuela. Ante un descuido de los esbirros que lo esperaban, pudo escapar y embarcarse en un vapor francés que lo llevó a la República Dominicana. Allí volvió a encontrarse con José Rafael Pocaterra; ya habían matado a Román Delgado Chalbaud y tanto la invasión del general Rafael Simón Urbina como la sublevación del general José Rafael Gabaldón, en Portuguesa, habían terminado en fracasos. Cundía el más grande desaliento. Todos parecían admitir que era imposible derrocar a Gómez.
De la República Dominicana pasó a Panamá. Cruzó nuevamente Colombia, para volver a internarse con sesenta compañeros por El Vichada y aparecer otra vez por la frontera. Entonces se les persiguió con aviones, que metían más bulla que miedo. Según Arévalo eran aeroplanos muy fáciles de echar a tierra, totalmente inofensivos. El día 5 de marzo de 1931 emprendió su séptima invasión desde la línea de El Cubarro.
Sus ataques produjeron fuertes pérdidas y bajas al gobierno, por ejemplo en los combates de Mata de Agua en el Bajo Meta, en Lezama, en Bolívar y en un hato llamado Las Mercedes. Se retiraron luego por el río Caparo y lo recorrieron durante veintinueve días de navegación. Cruzaron el Alto Apure, cayeron en el Arauca y en el invierno acamparon en Santa Rosa. El 5 de agosto de 1931, llegaron al mar Caribe y de aquí otra vez a tierra firme, de nuevo a enfrentar las fuerzas combinadas del coronel Meléndez de Apure y del coronel Sánchez del Estado Bolívar. Fue en esta batalla donde le mataron el caballo y lo salvó milagrosamente uno de sus oficiales, el coriano, Saturnino García. Varios de sus compañeros cayeron en aquella acción, entre ellos su querido amigo Carlos Julio Ponte.
Destrozadas sus fuerzas, hubo de huir a Barranquilla, de allí otra vez a Panamá, para pasar luego a Costa Rica. El 18 de diciembre de 1931, se encuentra en Lima. Fue recibido por el presidente, coronel Luis Miguel Sánchez Cerro. Se le hizo un banquete en el Hotel Baltimore, el homenaje lo presidió el doctor Víctor Andrés Belaunde, líder del grupo independiente en el Congreso. En Perú, comprende la falacia del comunismo. Recuérdese que en 1926, Emilio Arévalo Cedeño junto con Carlos León, Gustavo Machado y Salvador de la Plaza fundaron en México el PRV (Partido Revolucionario Venezolano). Dice Arévalo Cedeño: “He juzgado siempre el comunismo como una gran mentira y como un medio de que se valen los desvergonzados y haraganes para llevar a cabo los criminales propósitos de vivir a costa de los engañados”. Condena igualmente al Aprismo por considerarlo servil a Rusia. En esto coincide con Rómulo Betancourt.
Arévalo hizo duras críticas a los intelectuales de la época, “serviles a Gómez”; dice de Manuel Díaz Rodríguez, senador de la República al servicio del régimen, en una fiesta que daban a la concubina del tirano, tuvo el escritor esta frase para la homenajeada: “Bendito sea tu vientre, oh Dionisia, que ha dado aguiluchos y palomas a la sociedad”.
Cuando salió de Lima, el gobierno puso a su disposición un avión que lo llevó al puerto de Talara en el norte de Perú. Siguió a Guayaquil siempre en contacto con luchadores que le pudieran acompañar en sus guerras. Luego marchó a Ipiales, pasó por Berruecos para más tarde pasar a Santa Marta, donde planteó que este debería ser el lugar de peregrinación de todos los niños de nuestras escuelas. Una vez al año todos los niños de América debían visitar el lugar.
A fines de junio de 1932, intentó de nuevo volver a Venezuela, por lo que se dirigió a Kingston. José Rafael Pocaterra le hizo llegar cuanta ayuda económica pudo, para mantenerlo políticamente activo. Gracias a ello consiguió ir a verle en Halifax, Canadá. Con Pocaterra, se dedicó al estudio y análisis de lo que debía ser Venezuela una vez que Gómez dejara el poder. El cambio no podía ser radical porque se entraría nuevamente en otra tiranía, piensan. Plantean que en el gobierno hay hombres patriotas que podrían tomar el timón un tiempo mientras por elección popular asume un nuevo Presidente. Hay que sacar urgentemente al pueblo del horrible analfabetismo en el que se encuentra. Que ante “un enemigo tan pernicioso como la ignorancia, la tiranía y el analfabetismo los demagogos andan pregonando la destrucción de la propiedad privada y la imposición de dictadura del proletariado”.
De Halifax pasó a Jamaica, luego a la República Dominicana donde fue detenido. Primera vez en su vida que era detenido. Esto provocó un escándalo internacional que movilizó a la diplomacia cubana, sobre todo al general don Enrique Loynaz del Castillo, quien fue Jefe del Estado Mayor de Máximo Gómez y quien también prestó servicio al presidente Sánchez Cerro. De otro modo Rafael Leonídas Trujillo (Chapita Trujillo), dictador íntimo amigo de Gómez, lo habría asesinado.
Marchó entonces otra vez a Jamaica para volver de nuevo a Perú, pero el primero de marzo de 1933 se enteró del atentado contra Sánchez Cerro, por parte de un comunista que acabó con su vida. Regresó a Jamaica. Pasó a Martinica, luego a Guadalupe, Santa Lucía, Puerto Rico, siempre asediado por los agentes de Don Bisonte (Juan Vicente Gómez). Con ayuda otra vez de Pocaterra, el primero de septiembre de 1935, acude a encontrarse con éste en Nueva York, y el 18 de diciembre, recibe una llamada de su amigo, el doctor Rafael Ernesto López, quien le dice: “Arévalo, se murió Gómez”.
Entonces, el Presidente Eleazar López Contreras le da seguridades para que vuelva al país y lo hace, ya no por las selvas, escondido tras falsos nombres y bajo el acoso de las fieras del tirano. Llega a La Guaira el 15 de enero de 1936, donde abraza a su esposa y a su hijo (de quince años de edad, a quien no conocía). Veintitrés años de lucha y de duro y permanente bregar contra la más larga y cruenta tiranía que hasta entonces había vivido América. Rómulo Betancourt, cuando supo de la llegada de Arévalo Cedeño a Venezuela, y que se le recibía con honores, dijo: “Pobre Centauro de Caricatura”. El general Emilio Arévalo Cedeño fue senador el por estado Guárico y más tarde gobernador del mismo estado. Fue casado con su prima, doña Pepita Zamora Arévalo, con quien procreó a su único hijo, Pedro Emilio Arévalo Zamora. En el libro Mis Luchas, expone lo siguiente:
«En mis viajes conduciendo caballos para el Estado Apure el año 1913, tuve la satisfacción por un mandato de mis afectos, de contraer matrimonio con la señorita Pepita Zamora Arévalo, mi prima, a la cual desde muy niña profesé un cariño bastante acendrado y quien siempre tuvo para mí la devoción de su ternura de niña, y cuando mujer, al saber de mis intenciones de unirme a ella, trocó el afecto de la infancia por el amor más grande, para ser mi esposa, correspondiendo así al gran amor que yo tenía y tengo por ella».
El escritor vallepascuense Nicolás Soto (2011), recuerda al anciano General, de la manera siguiente: “Aquel señor enjuto, de riguroso liquiliqui, enunciaba en su mirada algo vapuleada el rigor de los años ya desalojados. Yo era un chicuelo con algo más de un lustro vital pisoteado en este valle lacrimoso y lograba escrutar su magra silueta por los alrededores de la esquina de Alayón, en mi rumbo diario hacia el Colegio del Padre Chacín, en mi Valle de La Pascua natal. “Ese es el general Arévalo Cedeño”, cacareaba alguno de los zagales compañeros míos, pavoneándose por el hecho de saber y conocer, privilegio de los mayorcitos. Luego, a lo largo de algún día rebosado de pizarrones y partidas de metras, irrumpió la noticia: “Murió el general Arévalo Cedeño”.
El general Emilio Arévalo Cedeño murió de arterioesclerosis, en su pueblo natal, Valle de la Pascua, el 19 de mayo de 1965, a la edad de 83 años.
A modo de reconocimiento por su gesta su tenacidad, su valor y su extraordinario amor por la libertad de la patria, en su natal Valle de la Pascua, el año 1969 su nombre fue escogido como epónimo del Parque de Ferias “General Emilio Arévalo Cedeño”, y fue develado un pequeño busto a un lado de la entrada principal; asimismo, al norte de la ciudad existe un populoso sector que lleva su nombre.
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UNESR // Cronista del municipio Leonardo Infante. // fhernandezg457@yahoo.es
Valle de la Pascua, lunes 03 de septiembre de 2018
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