El arquitecto Laurencio Sánchez diseñó un sistema de recolección y filtración de agua de lluvia para usar en las escuelas.
Desde hace muchos años, la jarra de agua forma parte del material escolar de muchas escuelas del estado Miranda, Venezuela, en Petare. En las escuelas Pedro Camejo y Fermín Toro del sector Barrio Nuevo, todas las mañanas se controlaba que cada niño trajera su suministro de agua para unas horas. La maestra Iris Rivas recuerda esa época con desilusión, casi mil estudiantes recibieron solo medio turno, por falta de agua corriente. “Los niños tenían que venir con sus botellitas de agua y en sus casas tampoco tenían y salían a las 9 de la mañana porque no podíamos tenerlos más tiempo. La escuela era un lugar gris”, dice la educadora.
Actualmente, la escuela puede almacenar hasta 250.000 litros para sus necesidades
durante al menos 6 meses, o la temporada de lluvias promedio en los trópicos.
La solución estaba sobre sus cabezas, con el sistema de recolección de agua de
lluvia cayendo sobre el techo del edificio, dos centros educativos, un policlínico
y dos comedores ubicados en lo alto del laberinto de barrios de Petare pueden
trabajar a tiempo completo con condiciones higiénicas aceptables.
Según el Observatorio de los Servicios Públicos, el 75% de los venezolanos no tienen agua regularmente. Abrir la llave y dejar correr el agua es un lujo tanto en barrios pobres como en sectores de clase media, incluso de clase alta. Han pasado cinco años completamente secos en esas comunidades de Petare. Por lo tanto, la recolección de agua de lluvia es una práctica común entre los venezolanos para abordar las deficiencias de los acueductos obsoletos que los gobiernos no pueden mantener o ampliar. Pero en ambas escuelas se organizó una recaudación de fondos a través del proyecto de innovación social Lata de Agua, que hace referencia a una exclamación popular en Venezuela que expresa que ha llovido mucho.
“La lluvia es una fuente de agua abundante, segura, sostenible y de calidad para usos sanitarios y de consumo humano”, destaca Laurencio Sánchez, fundador y director de este proyecto. “Es una forma de aprovechar recursos y obtener independencia hídrica. Las comunidades se vuelven resilientes, apuestan por la autogestión y logran romper paradigmas. Disminuyen los conflictos sociales por el agua y se minimiza el impacto del cambio climático”, agrego.
El sistema Lata de Agua tiene filtros de malla y piedra, a modo de trampas, que recogen la suciedad que arrastra el agua del techo. El agua de lluvia primero se desecha y el resto pasa por otros filtros de arena y se bombea a tanques de almacenamiento, que proporcionan agua para limpieza y descenso de pozos. Gracias a un filtro adicional, pueden ser utilizados para el consumo humano.
Los desarrolladores de la idea analizaron el agua junto con el Departamento de Ingeniería Sanitaria de la Universidad Central de Venezuela para asegurar la calidad del agua. Además, se diseñó una denominada «piscina covid», que consiste en una piscina alargada de hormigón y residuos plásticos, donde varios niños pueden lavarse las manos con una pipa de profesor con agujeros para diferentes duchas. Además de infraestructura, el programa incluye la formación de alumnos con el lema «Llueve y aprendo».
Fuente: El País.
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