29 de Mayo del 2016.-
Fuente: Wilmer Poleo Zerpa. UN.-
Notipascua.- La mujer caminaba apuradita y apretaba con fuerza la manito de su hijo. Más que caminar, corría. Ya habían sonado algunos disparos, varios metros más adelante, aunque todavía no se veía nada. Eso indicaba que por lo menos en esa calle nadie sabía lo que estaba pasando. Dos motorizados pasaron a toda velocidad, uno de ellos levantó la motocicleta en caballito y estuvo a punto de caer al piso de espaldas, pero maniobró y continuó su camino como si nada. Era obvio que estaba acostumbrado a hacer con frecuencia esas piruetas. Un grupo de muchachas conversaban animadas en una esquina mientras varios chiquillos correteaban de un lado a otro. Los tiros no habían asustado al grupo. Quizás era por la costumbre.
El tío Mungo, a quien le faltaba una mano desde que estaba joven, cosa que había ocurrido hacía bastantes años, comenzó a recoger las sillas en las que pocos minutos antes estuvieron sentados conversando con él varios vecinos de la calle que lo visitaban todos los días un poco para conversar de todo y de nada, pero también para saborear el café de su esposa, Micaela, de quien dicen que cuela el mejor tinto de todo el barrio El Observatorio, en la parroquia 23 de Enero.
II
Bryan Alexander ya casi no tenía amigos, lo que tenía era “convives”, pues hace bastante tiempo que, pese a que solo tenía 19 años de edad, había decidido que los temas de su interés no eran el fútbol, las mujeres, el beisbol, ni las carreras de Fórmula 1, sino las armas, las balas, la droga y las granadas. De hecho, se la pasaba para arriba y para abajo con un pistolón cuyo cargador extralargo le permitía hacer muchos más disparos que los de cualquier rival, aunque este fuera un uniformado.
Dicen en el barrio que se la pasaba atracando y que incluso pertenecía a una banda de secuestradores. Pero el dinero, cual dinero mal habido, se le volvía sal y agua, ya que vivía en una casucha a la que le faltaba de todo, incluido el amor.
También dicen, y uno de los que lo cuenta es el tío Mungo, que Bryan Alexander pertenecía a la banda de Deybinyer Oskil, a quien todos conocen en el barrio El Guarataro como El Macua, responsable de unas dos decenas de asesinatos en la montaña esa que se ve detrás del Hospital Militar y que para el lado norte da para ese barrio de San Martín, pero para el lado sur ya es El Observatorio, que pertenece no a la parroquia San Juan sino a 23 de Enero.
III
A la mujer que caminaba apuradita ya le faltaba poco para llegar a su vivienda cuando se percató de que venían corriendo hacia ella varios sujetos, todos con pistolas en mano. Por puro instinto, la mujer tomó a su niño cargado, lo apretujó contra su pecho y se puso de rodillas en un rincón. Los disparos comenzaron a sonar con rabia, como enloquecidos. La mujer vio al final de la calle que había llegado la policía, pero los malandros nada que huían despavoridos, sino que se parapetearon detrás de unos carros, un muro y la parte lateral de una vivienda para enfrentarlos. La mujer no hallaba qué hacer. En igual trance estaba el grupo de mujeres y los chamitos que antes correteaban, quienes también intentaron buscar refugio al hallarse sorprendidos por el tiroteo. Uno de los criminales lanzó una granada a los efectivos policiales, pero el explosivo chocó contra uno de los cables de electricidad y cayó allí mismo, cerquita del sitio donde el grupo de inocentes trataba de resguardarse de la furia incontrolable de los pedazos de plomo.
Ella sintió que la cabecita de su niño, de apenas 5 años, hizo un movimiento brusco y casi de inmediato sintió la sangre de él que se le regaba por todo el cuerpo. Un grito desgarrador le brotó desde lo más hondo de su alma. Ella también estaba herida, pero corrió sin saber para dónde. Aún estaba aturdida por el estruendo. Otros niños malheridos lloraban a gritos mientras veían cómo les salía sangre por varias partes del cuerpo. Dos mujeres también fueron alcanzadas por las esquirlas, pero supieron superar el miedo y se pusieron a ayudar a las criaturas para buscar cómo llevarlas al hospital.
IV
Bryan Alexander, el que solo tenía “convives”. Había quedado solicitado desde la muerte del niño de 5 años, pues la investigación policial determinó que él había sido quien lanzó la granada aquella tarde en El Observatorio. La policía se había metido varias veces, pero nada que lograban ubicarlo, ni tampoco al resto de los integrantes de su banda, que, a decir del tío Mungo (nadie como él conoce todo lo que acontece en el barrio), está conformada por no menos de 30 personas. Usan fusiles y granadas, se ponen capuchas y se visten de negro cuando se organizan para cometer sus fechorías. Asimismo, nos refirió que están vinculados a algunos personeros de la oposición y que les han declarado la guerra a varias agrupaciones populares y revolucionarias de 23 de Enero.
Y precisamente con varios de sus “convives” andaba aquella tarde cuando se topó casi de frente con una comisión del Cicpc. Eras las seis y media del viernes y no había comenzado el toque de queda malandro, que suele iniciarse pasadas las siete de la noche. La gente ni siquiera miraba para los lados. Motos y yises subían y bajaban. En varias casas se escuchaba música a todo volumen y en casi todas las esquinas se vendía cerveza como si fuese pan caliente. Atrás había quedado la avenida San Martín. Los policías detectaron a Bryan Alexander en el barrio La Próspera de Artigas, parroquia San Juan, y allí le dieron la voz de alto. Sacó su pistola y corrió, pero antes hizo dos disparos. Los suyos también dispararon y la policía igual. Llegó a la entrada del callejón Cacique. Hasta allí llegó. Cuando pensaba realizar otros disparos a los policías, recibió él varios de los que venían en sentido contrario. Fue llevado al hospital por pura rutina, pues ya se sabía que no llegaría con vida. El resto del grupo huyó.
Uno de los policías dijo que también lo buscaban porque los integrantes de la banda se la pasaban atracando a conductores en la entrada del túnel La Planicie y que incluso habían matado a varias personas. Falta capturar al resto de los integrantes del grupo criminal, así como al Macua, que lleva meses en esas andanzas, con la licencia vencida.
V
Las lágrimas y la impotencia flotaban en cada uno de los rincones de la funeraria San Pedro, que lucía abarrotada por decenas de niños de su colegio, del barrio, así como del equipo Cardenales, de la Liga de Beisbol Menor, donde jugaba el pequeñín Gabriel Vizcaya. Sus compañeritos fueron al velatorio uniformados y llevaron globos blancos para despedirlo.
“No tengo palabras para describir la tristeza que tenemos en este momento. El niño Gabriel siempre iba a entrenar con mucho entusiasmo y alegría, apoyado por sus padres”, mencionó Niowaldo Zorrilla, entrenador del Vizcaya. Agregó que estaba en la categoría de Semillero.
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