«La madre de Merwill, notaba como su hijo se le estaba saliendo de las manos»
Patricia Uribe.-
Valle de La Pascua||Guárico||Notipascua.- Merwill era un jovenzuelo de quince años, desertor del sistema educativo; por su edad, era grosero y altanero en casa, con sus seres queridos. Merwill cambió los estudios por las calles, dejó los libros por los “amigos”, hizo a un lado las aulas de clases y se acercó más al alcohol, las fiestas y los “convives” del sector en el cual reside desde hace ya bastante.
Las noches para Merwill, eran como el día, pues mantenía un estilo de vida nocturno bastante activo y dormía durante el día. Al caer la noche, Merwill se juntaba con sus amigos y salía al mundo, regresando a casa solo al amanecer, esto era una constante en su vida. El alcohol fue otro de los vicios que cobijó el quinceañero, ingería como agua el ron más barato que podía adquirir; ya a sus 17, había experimentado varias circunstancias que solo un adulto podría vivir.
Había estado preso, por breves periodos, vivía de “pea en pea” y pasaba la mayor parte de su corta edad en las calles de La Pascua. A sus amigos, uno a uno los fueron matando, morían a manos de bandas rivales de otras comunidades; pasó de tener un nutrido grupo de compinches, a solo dos. Merwill tiene familia, su padre es un hombre de poco o nada de carácter y todo le da igual; con cero participación en la crianza de los hijos. Pero su madre es una gran mujer, en medio de lo que puede, es trabajadora, responsable, luchadora y una leona cuando se trata de velar y defender a sus hijos.
La madre de Merwill, notaba como su hijo se le estaba saliendo de las manos; ella podía ver que su retoño se estaba acercando al mal camino a pasos agigantados y decidió tomar cartas en el asunto. Se transformó en escolta del muchacho, lo vigilaba como un policía vigila a un delincuente; cuando los “convives” de Merwill lo iban a buscar a la casa, la mamá les salía y se los negaba, les decía que no estaba en casa e inventaba miles de excusas para separar a su amado primogénito de aquellos malos amigos.
Llegó incluso a encerrar a Merwill en uno de los cuartos de la humilde vivienda, no dormía, cuidando que el jovencito se escapara; reforzó los seguros de la puerta principal, le pidió ayuda a sus otros hijos y a su esposo, para que todos se turnaran y evitaran que Merwill saliera de casa. Acudió al Consejo Municipal de Protección del Niño, Niña y Adolescente, en donde pidió asesoría a los consejeros para que hablaran con Merwill y lo hicieran entrar en razón.
Cuando la astucia del muchacho ganaba y lograba escapar de casa, la madre salía en su búsqueda, recorría La Pascua entera, procurándolo en cada antro, en cada zona marginal, preguntando a todo aquel, si lo habían visto. Cuando atinaba con el paradero del rebelde hijo, le rompía las franelillas que Merwill usaba, el bolso que el adolescente utilizaba atravesado en el torso y le botó una cadena gruesa, de esas que los chicos de hoy día usan. Todos los días y a cada rato, sostenía largas sesiones de orientación psicológica con Merwill, cuando el muchacho se alzaba, a la mamá no le quedaba de otra, más que meterle su “tanganazo”. Bien es sabido que una paliza a tiempo no mata y arregla muchacho.
Fue una ardua lucha de esta madre, por intentar salvar a su hijo de las manos de la delincuencia. En ocasiones su salud menguaba, la presión se le subía y fuertes hemorragias vaginales la atacaban e iba a parar al CDI. De ser una mujer de contextura gruesa y de semblante alegre, pasó a ser una mujer taciturna y de extrema delgadez, pues la pena no la dejaba comer, trabajar ni dormir. Vivía con los ojos hinchados de tanto llorar, sintiéndose sola en el rescate de la vida de su hijo.
Una noche cualquiera, un tiroteo imprevisto, ocurrido en el mismo estacionamiento en donde vive Merwill, acabó con la vida del último amigo vivo que le daba al chico. Con ese episodio, la madre de Merwill, pensó que era una alerta aquel suceso violento y decidió sacar a su hijo del barrio y mandarlo con familiares en otra ciudad, al menos por un tiempo.
Y así fue, Merwill partió de La Pascua a casa de unos tíos en la ciudad de Valencia; doce meses estuvo en esa región, en donde aprendió a trabajar, conoció lo que es y significa el ahorro, la responsabilidad, se compró ropa decente, le enviaba dinero a su madre para ayudar con los gastos del hogar, creció y maduró hasta convertirse en un veinteañero responsable y sobre todo trabajador.
En la actualidad, Merwill está casado y ya es padre; se olvidó de “las malas juntas”, dejó el alcohol y el cigarro, viste acorde a un hombre de bien, estudia en el nocturno para culminar el bachillerato y su relación con su madre es la mejor.
En agradecimiento porque Dios metió su mano en la situación, la mamá de Merwill se entregó al evangelio, asiste al culto todas las noches, no falta ni una sola vez y no deja de dar gracias a Jehová y a la vida, que le dieron las fuerzas necesarias para arrebatarle de las manos de la delincuencia, a su hijo.
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