Dos peluqueros le aplicaron biopolímeros para aumentar sus glúteos y casi la matan
“La señora donde yo vivía me contó que se los habían aplicado sin problemas, que no dolía porque era como una inyección»
Rosario Martínez de 50 años, el 17 de marzo del año en curso, en un barrio de Bogotá, se puso en manos de dos peluqueros que se dedicaban a aplicar biopolimeros a las damas que lo deseaban. Rosario se dejo llevar por amigas que ya habían pasado por las manos de los mismos peluqueros que no contaban con certificados profesionales ni licencias de salubridad.
Los peluqueros le hicieron el servicio estético en la propia residencia de Rosario; la hicieron acostarse boca abajo, en su propia cama. En las nalgas le pusieron sendos catéteres, a través de los cuales entraría la sustancia. Aunque le advirtieron que no dolería, a la primera inyección comenzaron los problemas
Me está doliendo mucho, no, no, no. Duele demasiado, me arde, siento que me quema, se quejaba la mujer.
Debe ser que no le obró la anestesia, eso pasa –la tranquilizaba uno de ellos, quien decía que había estudiado enfermería y le realizaba el supuesto aumento de glúteo por 500.000 pesos.
Pasaron 20 minutos hasta vaciar los ‘frasquitos’. Pero a pesar del dolor, Rosario se levantó, se miró en el espejo y vio que estaba enrojecida, como si se le fuera a romper la piel: –Con antibióticos se le pasa, tranquila –apuntó otro de los sujetos, antes de salir.
Como el dolor siguió, en la noche regresó uno de los tipos. Armado con una jeringa de antibiótico, trató de poner la inyección en el glúteo, pero estaba tan duro que hubo que tantear en la pierna, y al intentar penetrar, la aguja se tapó. El torrente sanguíneo comenzaba a sucumbir.
Esa noche la pasó rabiando del dolor, tomando pastillas y bebidas que le daba la casera. Sin poder caminar, la llevaron al hospital de madrugada. Apenas el médico la palpó, dijo que la situación obligaba a cirugía. Asustada, lloraba y no quería que sus familiares se enteraran, porque le daba vergüenza
El médico le aseveró que estaba complicada. Que tenía varios órganos comprometidos: los biopolímeros dañinos le generaron la muerte de los tejidos del glúteo, y se le regaron por todo el cuerpo. Tiene en riesgo hígado, riñones y pulmones.
La operaron de urgencia, y en las semanas siguientes vinieron coleostomía, traqueostomía y otros procedimientos quirúrgicos para mantenerla viva. Se hinchó tanto que apenas cabía en la cama.
Para tratar de limpiarle la sangre mala y evacuar todo lo que podía matarla, le conectaron una suerte de manguera que día a día iba drenando. Cada semana se llenaba un recipiente.
Los dos primeros meses fueron de confusión y lucha. A Rosario le quedaron tantas cicatrices que algunas no sabe ni por qué están en su cuerpo, incluidas una en la ingle y otra en la espalda, porque la sustancia avanzó hasta allí.
Aún no debe caminar. Aparte del desaliento y el dolor que siente en toda su humanidad, la cicatriz de la entrepierna, de la cual le extrajeron piel para hacer un injerto que le recubriera el tejido que se le pudrió en el glúteo izquierdo, sangra cada vez que hace un esfuerzo. El médico le exige guardar reposo.
“Me falta una cirugía más en estos días: me halan la tripa y me la pegan bien al colon, después de la coleostomía que ya me hicieron. Luego vendrán siete operaciones más para la reconstrucción del cuerpo”, agrega Rosario.
Hace tres semanas le dieron de alta, los vecinos la animaron a denunciar. Sin embargo, advierte que ella misma fue quien se buscó ese mal.
“Estoy mayor y nadie me obligó a hacerlo, aunque los peluqueros se perdieron cuando supieron que yo estaba para morirme. Ahora, lo que le digo a la gente es que aprendan de mi ejemplo, que con eso no se juega, me salvé porque Dios aún no quería que me fuera”, finaliza Rosario, con los ojos encharcados y en su acento más costeño.
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