FELIPE HERNÁNDEZ G.*
El período comprendido desde los sucesos del 19 de abril de 1810 hasta la batalla de Carabobo en 1821, historiográficamente constituye la referencia temporal fundamental que señala la clausura del ciclo histórico colonial en Venezuela y la apertura de un nuevo conjunto de posibilidades que se presentan ante la sociedad de ese entonces. Es una etapa indicativa del desvelamiento de las posibilidades creadoras del momento y de la disposición de los actores sociales para apropiarse de ellas. En ese sentido, se puede decir, que los acontecimientos no son sólo importantes por sí mismos, sino también por el proceso que ellos generaron. Los rasgos más sobresalientes del proceso social que se desarrolló durante ese período en Venezuela, se encuadran dentro de la perspectiva de la emancipación del gobierno español para la constitución de una república independiente.
El 4 de diciembre de 1811, el Congreso Federal Constituyente sancionó la primera Constitución de Venezuela a instancias de las acciones adelantadas por los políticos socialmente pertenecientes a la clase de los blancos (criollos y metropolitanos), quienes imbuidos del espíritu revolucionario aprobaron una medida, según la cual, todos los hombres de color libres quedaban igualados ante la ley con los blancos en el marco de la ciudadanía. Esta medida no habría sido concebida sin la presión que previamente ejercieron algunos individuos pertenecientes a las elites “de color” de la Provincia de Caracas. El principio constitucional estuvo basado en la Constitución de los Estados Unidos y los ideales de la Revolución Francesa, respetando los derechos del hombre y dándoles a todos los habitantes el tratamiento de ciudadanos sin importar la clase social. Es de hacer notar, que en ella no se abolió la esclavitud, pero se prohibió el comercio de esclavos. De forma general se puede tomar la aprobación de esta Constitución como el inicio de la Primera República.
La guerra de Independencia de Venezuela fue quizás la más reñida de los conflictos por la emancipación de América. El territorio venezolano cambió varias veces de mano, las batallas se libraron a todo lo largo y ancho del país y las atrocidades eran comunes en ambos bandos. La causa realista contó en los primeros años del conflicto con un gran apoyo popular, producto del odio de las clases bajas al predominio de los mantuanos.
En los trece años que duró el conflicto (1808-1821), solo hubo unos cinco meses de paz generalizada en el país, producto del Tratado de Armisticio y la Regularización de la Guerra de 1820.
El Guárico durante la Guerra de Emancipación nacional pertenecía a la Provincia de Caracas, durante este período en su suelo se escenificaron permanentes combates. Los primeros pronunciamientos de emancipación se produjeron en las poblaciones de Calabozo y Chaguaramas. A escasos días de la firma de la Declaración de Independencia en Caracas, el 5 de julio de 1811, el Cabildo [consistorio o concejo municipal] de la Villa de Todos los Santos de Calabozo procedió de forma idéntica. El pronunciamiento del cuerpo edilicio de esa ciudad, encabezado por su presidente, Juan Vicente Delgado, que a su vez era el justicia mayor, junto con el alcalde Miguel Antonio Mirabal, y los regidores: Juan Manuel Bermúdez, José Antonio Hurtado, Pedro Antonio Camacho, y el síndico procurador José Revenga, procedieron a dar cumplimiento a lo resuelto y proclamaron la Independencia, en sintonía con la orden del Supremo Poder Ejecutivo.
El acta de la sesión del Cabildo calaboceño, está redactada en los términos siguientes: “Reconocer la Soberanía y Absoluta Independencia que el Orden de la Divina Providencia ha restituido a las Provincias Unidas de Venezuela, libres y exentas para siempre de toda sumisión y dependencia de la Monarquía española…”. Del Guárico salió como diputado por Calabozo Juan Germán Roscio, a su vez, es él quien redacta junto con Francisco Isnardi y Fernando Rodríguez del Toro e Ibarra el Acta de la Independencia.
Un inestimable testimonio es el que dejó el Pbro. Julián Llamozas (1815), sobre el pronunciamiento de Calabozo, los primeros hechos que ocurrieron en la ciudad y la trayectoria criminal de José Tomás Boves; dice así: El Comandante General Bobes desde el principio de la campaña manifestó el sistema que se había propuesto y del cual jamás se separó: fundábase en la destrucción de todos los blancos, conservando, contemplando y halagando a las demás castas como resulta de los hechos siguientes: En el Guayabal poco después de la batalla de Mosquiteros declaró la muerte a todos los blancos y los ejecutó constantemente hasta el pueblo de San Mateo. Por consecuencia de esta resolución hizo matar en Calabozo 87 blancos que pudo aprender.
Agregando luego, como el alférez real, Joaquín Delgado participa al pueblo el hecho y la reacción favorable de éste.
Otro testimonio importante lo aporta el canónigo José Cortés de Madariaga, en el relato expuesto en su Diario de un viaje por el Río Negro, Meta y Orinoco, de regresó, el 15 de agosto de 1811 hizo una parada de varios días en Calabozo, dejando constancia del regocijo que hay en este pueblo, donde lo recibieron con palmas y vítores. También se admiró el Canónigo del recibimiento que le hicieron en Guayabal, donde durante su visita, “celebraron la declaración de independencia con bailes y fiestas públicas”.
El coronel de Ingenieros Pedro Aldao, comandante de la plaza de San Fernando de Apure, para celebrar la firma del Acta de la Independencia realizado en Caracas el 5 de Julio de 1811, organizó una fiesta campestre con música, fuegos artificiales y carne asada en el lugar que llamaban “Playa Caracas” (hoy Puerto Miranda), frente a San Fernando de Apure, río de por medio, en territorio guariqueño, que en ese entonces era jurisdicción de la Provincia de Caracas. Para perpetuar el patriótico hecho, Aldao hizo sembrar numerosos arbolitos de samán, para que creciesen frondosos como la patria que se estaba creando. Aldao murió heroicamente defendiendo a Calabozo de los ataques de José Tomás Boves, en el Paso de San Marcos, el 8 de Diciembre de 1813. Boves hizo colocar su cabeza frita en aceite en la Plaza Mayor de San Fernando, para que sirviera de escarmiento a los patriotas apureños, del suroccidente del Guárico y de sus habitantes.
En 1812, el caudillo realista Eusebio Antoñanzas, lugarteniente de Domingo de Monteverde, ordenó a sus tropas incendiar el pueblo de Ortiz y aterrorizar a sus habitantes por su adhesión a la causa patriota. El historiador y periodista José Obswaldo Pérez (2003), sobre el terrible suceso, expone:
Fue una de las etapas más oscuras del pueblo orticeño. Se cometieron las mayores atrocidades a mujeres, niños y hombres por parte del ejército realista. Sus cuarteles se establecieron en la localidad como centros estratégicos para enfrentar lo que llamaban la “Sublevación” de los patriotas, liderizados por Simón Bolívar… Este hecho histórico –después de la quema del pueblo- causó entre los habitantes un permanente vaivén de angustias y miedo con la entrada y salida de los ejércitos realistas. No obstante, la población se une a la causa independentista, cuyas adhesiones favorables a Bolívar comienzan a oírse desde el púlpito de la iglesia Santa Rosa de Lima de Ortiz.
Los intentos por asegurar la fidelidad y adhesión del “gremio de pardos”, blancos de orilla y otras clases a la nueva situación política que se había inaugurado en abril de 1810, el Guárico tuvo la receptividad esperada. Esto se evidenció en el interés que de diversas maneras manifestaron sus miembros a favor del éxito del proyecto juntista, sobre todo en forma de generosos donativos cuyas listas aparecían publicadas regularmente en la Gaceta de Caracas. En el Guárico, son emblemáticos los casos de José Félix Salinas, natural de la población de San Francisco de Tiznados, de quien el historiador José Obswaldo Pérez (2011), escribió lo siguiente:
Nacido en San Francisco de Tiznados a fines del siglo XVIII. Fue propietario de bienes en el sitio de La Guásima, bienes que abandonó y se incorporó junto con sus esclavos a la guerra de la Independencia. Casado con Anastacia Ceballos, natural de San Francisco de Tiznados… Es uno de los pardos Beneméritos distinguido del resto de la “gente de color” de aquella población de principios del siglo XIX, que se destacó en la lucha por la libertad y la igualdad entre sus congéneres. En 1811, Salinas aportó “80 arrobas de carne y 30 pesos en plata para pan” destinados para que las tropas patriotas fueran a combatir a quienes en Valencia y en Coro se oponían a la independencia… Ese mismo año de 1811, José Félix Salinas expone ante la Junta Suprema de Caracas: que el teniente justicia mayor de Calabozo no quiso cumplir la orden del 26 de noviembre de 1810, impartida por la misma Junta Suprema (la Conservadora de los derechos del rey Fernando VII) para que le permitieran a él y a su familia usar alfombra en la iglesia de San Francisco de Tiznados, alegando estar enfermo de sus rodillas “por la humedad de los suelos a causa de darse sepultura en ellos a los cadáveres”. Razón por lo cual los mantuanos del pueblo habían protestado, prerrogativa sólo dispensada a los blancos.
No obstante, la Junta Suprema ordenó cumplir la orden de que cualquier persona, de cualquier sexo o clase social, podía usar la alfombra y que sobre ello no debe hacerse ni consentirse se haga novedad que lo impida. Entre los firmantes del decreto se encuentra su paisano, el doctor Juan Germán Roscio, junto con los demás integrantes de la junta.
En el Oriente del Guárico, el patriotismo y la adhesión a la causa independentista de sus habitantes también fue emblemática desde el mismo año de 1810. En Santa María de Ipire el hacendado Vicente Siso se presentó ante la Junta Suprema “ofreciendo para el servicio de la patria todos sus bienes, persona y la de sus hijos don Felipe y don Luis José, también una compañía de caballería que unida a dos que hay en el pueblo formen un escuadrón, el cual uniformará y armará a sus expensas, proporcionando de cuartel una de las casas grandes que allí posee”.
La Junta convino y se constituyó en Milicias de Blancos de Santa María de Ipire con don Vicente Siso como comandante. Apunta Adolfo Rodríguez (1998): “Hasta los indígenas de la región se pronunciaron contra el Rey en Santa María de Ipire, probablemente muchos de los que acompañaban a Pedro Zaraza y a los Monagas en sus luchas”.
En el sitio de La Corona, a dos kilómetros del pueblo (Santa María de Ipire), Boves logró uno de sus primeros triunfos, al sureste es vencido ¿? Belisario en Medrano, donde luego serán batidos los realistas por Julián Infante. Informa J.A. De Armas Chitty (1988), que “en el Chaparral de El Manguito corrió más de una vez sangre de republicanos. No lejos del pueblo, en el Cerro de Boves, el asturiano cometió degüellos sin cuento”.
Aunque no se disponen de documentos, según la tradición oral, también en Chaguaramas se produjo un fervoroso pronunciamiento a favor de la Declaración de Independencia, llegándose a acuñar una medalla de oro con la inscripción siguiente: Chaguaramas. 1811. Libertad. Además, Chaguaramas fue patria de hombres claves durante la guerra, puesto que en pueblos y comunidades que para ese entonces pertenecían a su jurisdicción, nacieron valientes patriotas, entre los que se cuentan: Manuel Cedeño, Pedro Zaraza, Julián Infante, Juan José Rondón, aparte de los nacidos en el mismo pueblo: los Belisario, los Celis, Camero, Manuitt, Méndez, y otros.
Los pueblos del Guárico no escaparon a la insaciable sed de sangre del asturiano José Tomás Boves, al respecto su capellán, el presbítero José Ambrosio Llamozas escribió “…en los campos de batalla y en los pueblos pacíficos se cometieron por su orden horrores de los que hay pocos ejemplares…”. Como uno de los oficiales de Eusebio Antoñanzas, Boves se incorporó con este al ejército de Monteverde. Con la guerra de Independencia, Boves se transfiguró, simbolizando al mismo Lucifer, desolando a Venezuela con degollinas efectuadas al son del “piquirico”, famoso joropo de entonces.
En enero de 1813, al ser nombrado Eusebio Antoñanzas gobernador militar de Cumaná, Boves es nombrado Comandante General de Calabozo por Domingo de Monteverde. Meses después, cuando en Oriente se halla en curso la ofensiva republicana del Gral. Santiago Mariño, la población de Espino, al sureste de Calabozo, hacia el río Orinoco, se sublevó a favor de la causa republicana. Boves develó esa insurrección con mano fuerte, y mandó a ejecutar a numerosos prisioneros. De la Insurrección de Espino, el historiador Manuel Vicente Magallanes (1983) escribió las notas siguientes:
… En Villa de Cura se unieron las tropas Antoñanzas con las de Monteverde, junto con ellos después de la capitulación de Miranda, entró Boves en Caracas. Nombrado Comandante Militar de Calabozo regresó al llano. A poco descubrió una conspiración en Espino, dirigida por un estudiante de derecho llamado Gil Antonio Parpacén, en cuyos planes estaba asesinarlo. Tremendas fueron las represalias de Boves, procediendo a matar a todos los comprometidos.
El joven estudiante de derecho, Gil Antonio Parpacén, quien contra José Tomás Boves dirigió la Conspiración de Espino, pagando con su vida, era también poeta y dejó para la posteridad un romance sobre Guardajumo… una de sus estrofas podría servir de epitafio al tristemente célebre asturiano, dice:
I.- Luego que yo con mi vida / haya mi culpa pagado, / a Dios remito mi alma / y a su tribunal sagrado. / Y mi cabeza se ponga / en la eminencia de un palo, / donde sirva de escarmiento / y de freno a los malvados.
II.- Boves huyó del cantón / del pueblo de Guasdualito, / se vino hacia Palmarito / corriendo sin ton ni son. / En la fugaz retirada / doscientos mató el asturiano / y donde quiera un osario / dejó su temible espada. / Yo quisiera preguntar / por las muertes que estoy viendo. / Si doscientos mató huyendo / ¿Cuántos mató al atacar? Gil Antonio Parpacén.
Era tal la desolación en que estaban los pueblos del Guárico, que ante la amenaza permanente del sanguinario Boves, buena parte de su poca población (especialmente del oriente del Guárico) se unió en una caravana de gentes de Chaguaramas, Orituco y Espino que huyó a Oriente, hasta Maturín. Testimonialmente se sabe que entre los emigrados iba Juana Ramírez, de la zona de Lezama en el Orituco, heroína guariqueña cuyo nombre está registrado en la historia nacional como Juana Ramírez “La Avanzadora”.
Ante lo desolado que quedó el pueblo de Espino y la amenaza de un nuevo ataque del terrible Boves, buena parte de la escasa población que quedó se sumó a la caravana de gente de Chaguaramas que huía a oriente, específicamente a Maturín, en ese sentido, Felipe Hernández (2010), informa que:
Los datos de la emigración de la gente de Espino, Orituco y Chaguaramas, según don Gerónimo Escobar Ramírez, (1914), los obtuvo de la ilustre anciana espinense, doña Ana María Ramírez, quien siendo aún una niña, formó parte de los emigrados; en atención a la información que le aportó, expone: “Curiosas noticias se dan en la localidad: La anciana Ana María Ramírez…narra que cuando la Guerra Magna toda esa gente de los vecindarios y caseríos de La Pascua, Tucupido, etc., se reconcentraron en Aracay, Iguana y Los Playones, tocando antes Espino. Ya la emigración de este último sitio había tomado el mismo rumbo….
Un dato importante y poco conocido en la historia del Guárico, es que el general Pedro Zaraza hizo sus primeras armas en Espino. Así lo dice él mismo en los apuntes que escribió para el doctor Cristóbal Mendoza en 1824, los mismos son reseñados de la manera siguiente: “En noviembre de 1813 tomé las armas siendo nombrado oficial y salí con cuarenta hombres de auxilio a Espino y destruí a los godos que allí estaban al mando de Bernardino Nogales y Juan Gregorio Gedler con 236 hombres de todas armas; allí estaba el comandante patriota Villegas que huyó y tenía 80 hombres, me retiré a Chaguaramas con los heridos.
El año 1816, los pueblos guariqueños nuevamente fueron escenario de la guerra, que por igual se libraba en todo el territorio de Venezuela, los patriotas Pedro Zaraza, Julián Infante y Basilio Belisario luchaban denodadamente contra las fuerzas realistas en el Guárico, sin embargo, las iglesias, los pueblos y villorrios eran quemados hasta sus cimientos. Sirva de referencia el relato que le escribió el sacerdote realista Félix Yépez al arzobispo Narciso Coll y Prat:
Luego que nuestro ejército salió de este pueblo de Chaguaramas, en persecución de los insurgentes, y se apostó en Jácome, territorio de Valle de la Pascua, no quise perder la oportunidad que se me presentaba para pasar por este último. Con efecto me transferí a él, pero no encontré más que los vestigios del antiguo pueblo, que había sido incendiado y reducido a pavesas, en uno de los combates horrorosos de que fue teatro. Su antigua iglesia había sido destruida del todo por el gran terremoto. Y una ermita de bahareque y cubierta de paja construida posteriormente se halla en el estado más deplorable amenazando su total ruina. Los pocos habitantes que han sobrevivido por el furor de la guerra se hallaban dispersos y sepultados en las montañas o en los retiros, huyendo de las terribles convulsiones que todavía agitan estos parajes. En el pueblo casi nadie habita, en una u otra chocita que ha quedado.
Como se puede ver, en el territorio del Guárico no ocurría nada distinto de lo que ocurría en el resto de las regiones llaneras, donde la mayoría de los negros y esclavos importados hacia esas regiones escapaban para incorporarse a “las poblaciones volantes de cimarrones e indios rebeldes y apostatas”. En los hatos o fincas ganaderas los escasos esclavos que no huían formaban parte de la servidumbre doméstica o trabajaban en condición de peones libres, jurídicamente y desde el punto de vista de su personalidad básica: sobre mi caballo yo y sobre yo mi sombrero, es la expresión que define cual ninguna otra las normas de vida libertaria del hombre llanero de la época.
La línea de separación y movilidad entre esa masa de explotados y los cuerpos de poblaciones volantes de bandoleros de ambos sexos, sin Dios y sin ley ni Santamaría, es casi imperceptible. Los llaneros de los siglos XVIII y XIX, algunas veces trabajan como peones en los hatos y en determinadas circunstancias transgredían las normas jurídicas impuestas por sus explotadores y se transformaban en cimarrones, incorporándose a los grupos humanos fugitivos que asaltaban pueblos, villas y ciudades, ahorcaban a las autoridades, saqueaban las iglesias, robaban mujeres sin diferencias de edad, especialmente blancas. Ante esa realidad, el Estado republicano contempla con temor la situación social de los llanos. Sus figuras más representativas, dando muestra de una aguda intuición de clase explotadora, presienten que en esa masa de población, las ideas de libertad, igualdad y fraternidad podrían penetrar muy hondo y contribuir a justificar las luchas igualitarias sostenidas por los explotados de esas regiones. Apunta Juan Uslar Pietri (1962), que:
La rebelión popular en Venezuela en 1814 no fue un simple acontecimiento local, natural en la lucha. Sino el suceso social de más envergadura que registra la historia de la emancipación americana […] Aquellas insurreccionadas montoneras que iban saqueando y matando blancos, cometiendo sacrilegios en las iglesias, ensangrentando altares, no podían ser jamás realistas, ni representantes del orden y la religión […] era […] para satisfacer sus odios de clase, para realizar la libertad social que anhelaban.
En otro orden de ideas, la estructura económica y social caracterizada por un sistema social de clases y de castas, que la clase dominante se empeñaba en prolongar e institucionalizar apoyados en la ideología democrático–burguesa, fue determinante para que en los llanos estallaran rebeliones de peones libres, que no creían en el mando político de los que hasta entonces habían sido sus señores, ello determinó que en el Guárico entre 1810 y 1821 al igual que en otros lugares del territorio de Venezuela ocurrieron hechos trascendentes.
La influencia que en algunos pueblos del Guárico tenían ciertas familias españolas y criollas, la forma como se administraba justicia y la manera de actuar, tanto de los encargados de dirigir la vida pública, como de los terratenientes y hateros, creó un sistema rígido, por medio del cual intervenían en los asuntos privados de cualquier persona por el solo hecho de pertenecer a las familias dominantes. Al lado de este control iban los curas catequizando contra la República. Los dueños de hatos, trataban de formar cuerpos domésticos, con la misma finalidad. Reclutaban a personas que les servían, cuidándose de utilizar a los esclavos, por cuanto estos acusaban un valor que no querían exponer.
Aunque los terratenientes comprendían que la guerra podía limitar sus privilegios, jamás pensaron que la pudiese perder España. Creían que la presencia de hombres representativos de la llamada burguesía criolla al frente de la revolución no constituía peligro para sus intereses. Era un equilibrio difícil de sostener, porque en el llano ––a diferencia de la ciudad—, el esclavo huía y se sumaba a las montoneras. Cuando estalló en Caracas el movimiento independentista, los dueños de hatos en el Guárico solicitaron la colaboración de las autoridades españolas, y estas se mantuvieron alertas sobre cualquier incidente. Ambos se complementaban y la necesidad les unía.
En los hatos más poblados, el mayordomo era el encargado de vigilar el caserío. Este debía informar al propietario y al justicia mayor del pueblo, de lo que oyese y observase. Por su parte, a oídos de los peones libres y de los esclavos llegaban sólo rumores de lo que ocurría. Nada entendían ellos de República, pues lo que aspiraban ––principalmente los esclavos— era que les libertasen. Criados sin comunicación con el mundo exterior, ignorantes de las ideas que se discutían y por las cuales ya existían mártires y combatientes, los hombres que integraban la masa anónima forjadora de la riqueza del hato se mantenía en silencio. Fue debido a las informaciones de los pardos y peones libres, que podían ir de hato en hato, que se supo que en Santa María de Ipire, San Fernando de Cachicamo, Espino, Cabruta, Calabozo, Chaguaramas, La Pascua, El Sombrero y El Calvario, muchos esclavos habían abandonado a sus amos. La noticia inicial partía de lo que había estado agitándoles desde hacía tiempo: su libertad. Para romper con aquella vida sedentaria sólo bastaba resolverse. Los elementos estaban a la mano. El caballo era una invitación continua. Sentirse libres había sido siempre una aspiración.
Para el año 1813, en los hatos del Guárico no se hablaba de seguir a los patriotas o a los realistas. El llanero no tenía conceptos precisos sobre el rumbo a seguir. Sabía que la guerra lo iba a arrastrar, y que tendría que ir. Se incorporó a ésta cuando supo que la montonera que combatía al lado de Boves se había formado con esclavos e indios de Chaguaramas, Santa María de Ipire, de El Rastro, de San Fernando de Cachicamo, de Espino, de Santa Rita de Manapire, de Guayabal. Al frente del ejército estaba un hombre que comía y se embriagaba con ellos, y llegaba primero a la trinchera enemiga. Les ofrecía el botín que capturaban, y el anuncio de odio a los blancos no era vaga promesa. Delante de los soldados fusilaba a todo blanco que caía prisionero. Cerca de Altamira, en el llamado Cerro de Boves, había hecho fusilar centenares de blancos.
Seguir a Pedro Zaraza, a Leonardo Infante o a José Tomás Boves, al principio, era igual para el esclavo. Por eso, en la hora indecisa de los años 1812, 1813 y 1814, de manera furtiva los esclavos abandonarían los hatos y se entregarían a la violencia. Muchos nunca regresarían a sus pueblos de origen, y otros aprovecharán la revuelta para cobrar a sus antiguos amos los atropellos recibidos. Después que Boves muere en Urica, la masa anónima busca expresión en un nuevo caudillo, y desemboca en José Antonio Páez. El general Pedro Zaraza también capitaliza individuos dispersos y logra mantener, en los años desesperados de 1815 a 1817, la cohesión necesaria que fortalece la resistencia republicana. Entre el millar de hombres que la guerra hizo veteranos, estaban muchos antiguos esclavos del Guárico, que con orgullo recordaban la guerra de exterminio que habían hecho con Boves y luego el éxito continuó al lado de Páez, hasta Carabobo.
Los llanos guariqueños contribuyeron con la independencia nacional porque fueron escenario de importantes batallas, por los hombres que de sus campos y pueblos fueron incorporados a la guerra, por los caballos donde se desplazaban los ejércitos y por el ganado que sus sabanas aportaron para alimentar las tropas. El propio Bolívar el 17 febrero de 1817 lanzó en El Sombrero, su célebre Proclama a los Llaneros, donde valoró y reconoció la valentía y la participación decisiva en las luchas independentistas. Lo que nos permite recordar de qué manera los llanos del Guárico y sus llaneros fueron elementos esenciales en la conformación de Venezuela como República libre.
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Valle de la Pascua, lunes, 14 de agosto de 2019
UNESR / Cronista Oficial del Municipio Leonardo Infante // felipehernandez56@yahoo.es
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