Juan José tiene 12 años, pero su famélico cuerpo le resta edad. Camina por los pasillos de un centro comercial de El Marqués con un pequeño bolso escolar tricolor –entregado por el Estado en septiembre de 2015- donde podría llevar cuadernos o un balón. Pero su realidad es otra. Una botella con tres dedos de pega para zapato son su única pertenencia y su escape al hambre que lo aqueja día tras día
17 de octubre del 2016.-
Fuente: El Impulso.-
Notipascua.- Dicen que los ojos son la ventana del alma. Si así fuese, la de Juan José clama desesperadamente por ayuda. Tiene 12 años y no habla mucho; pero cuestiona toscamente a nuestra fotógrafa y no permite que lo retrate. Su desconfianza y temor son tan evidentes como su desnutrición, y su mirada color café no sólo delata la cruda realidad que le tocó vivir.
No fija, ni siquiera puede desplegar plenamente los párpados. Juan, con poco más de una década de existencia, y apenas a las tres de la tarde, habla con nosotras bajo los efectos de la pega que huele para calmar el hambre. “Olía pega, pero ya no lo hago”, dice –con la esperanza de convencer- dejando en evidencia la poca inocencia que le queda.
Vive con un primo en Petare, no estudia, no tiene respuestas ante la interrogante sobre el paradero de su mamá y han transcurrido casi 24 horas desde su última comida. Sin embargo, relata perfectamente su táctica para conseguir la pega para zapatos a la que es adicto.
“Pido dinero en la calle; pero en la zapatería no le venden pega a los menores de edad. Entonces le digo a algún señor que la compre por mí, y le explico que es para pegar las micas de los relojes que reparo”, señala en tono victorioso.
El testimonio de Juan no es un caso aislado. Como él, decenas de niños en estado de mendicidad han debido recurrir a diversos métodos para saciar –u olvidar- el hambre. Desde pedir dinero en centros comerciales hasta realizar trucos de magia en cafetines se han transformado en medios de sustento para los jóvenes, que se conforman con ingerir un trozo de pan al día.
Hambre que avergüenza
“Yo pido dinero porque tengo hambre”, relata Luis, de 13 años. Vive en la Vega, pero se traslada diariamente hasta La California Norte para evitar que sus vecinos o amigos lo vean. No obstante, algunos descubrieron su secreto, razón por la que decidió dejar el colegio.
“No quiero que me vea la gente. Le he pedido a mi mamá que me cambie de escuela, porque me da pena ir”. Su progenitora conoce el “oficio” de su hijo; sin embargo, él se opone a dejarlo, pues afirma que en casa no hay dinero suficiente para que coman todos.
“Antes vivíamos con dos hermanos mayores, pero ya se fueron de la casa. Ahora sólo estamos mi mamá, mi hermano y yo. Ella me regañaba mucho cuando comencé a pedir –a los 10 años- pero ya se cansó de mí y no me dice nada”.
Su compañero de travesías, José Daniel, se unió a él el 17 de septiembre. Desde el fallecimiento de su padre, su mamá representa el único ingreso monetario del hogar.
“Yo pido para comer, porque en mi casa el dinero no alcanza para alimentar a toda mi familia”, relata el niño de 14 años, quien vive con su madre, su abuela y dos hermanos menores.
Niega oler pega, aunque algunos testigos aseguran lo contrario. Su sueño es ser jugador de baloncesto, pero éste se ve cercenado por su precaria situación. “No me gusta que la gente me vea; preferiría hacer otra cosa, practicar deportes. Me gustan mucho el fútbol y el básquet. Pero necesito comer. Pido porque tengo hambre”.
El anhelo de una vida normal
Pedro tiene un año sin estudiar, pero aspira volver. Sus padres se separaron hace aproximadamente el mismo tiempo, situación que afecta, evidentemente, su estado emocional. Una sola comida al día, que adquiere con el dinero que recoge, lo motiva a seguir mendigando en los pasillos de los centros comerciales.
“Pido para comprar comida y a veces, cuando me alcanza, voy al cine para distraerme. Desde que mi papá se fue de la casa, todo se complicó. El dinero que le da a mi mamá no alcanza para comer, y debo hacer esto para no tener hambre”, cuenta el joven de 16 años.
Es el más dulce del grupo; también quien tiene más claras sus metas, pese a la adversidad. “Quisiera no tener que pedir, porque no me gusta estar en la calle. Yo quiero volver al colegio, ser un niño de bien y ver a mi familia unida de nuevo”.
Niega rotundamente el uso de estupefacientes. “Eso no va conmigo. No me gusta, y mi mamá me ha enseñado que está mal”.
Como él, Mateo impone sus valores ante su torcido entorno.
“Comencé a pedir en junio, con un amigo del liceo; pero cuando mi mamá se enteró se preocupó. Mi tía me dijo que no estaba bien que lo hiciera, así que aprendí varios trucos con cartas. Ahora entretengo a la gente, y ellos me colaboran”, relata orgulloso.
El joven, de 15 años, reside en Petare con tres tías, sus esposos y tres primos menores. Fue criado por su abuela, y recientemente intentó, sin éxito, vivir con su madre.
“Hace unos meses me mudé a casa de mi mamá, pero su esposo me corrió. Él no trabaja, y quería que yo llevara algo para comer todos los días, pero era muy difícil, porque no recojo tanto dinero; entonces me regresé a casa de mi abuela”.
Pese a su complicada situación, su ánimo y su contagiosa sonrisa no decaen. “Hacer trucos de magia es como trabajar, y lo hago para colaborar en mi casa. A la gente le gusta y eso me divierte”.
Discriminación y cicatrices
Juan José, Luis, José Daniel, Pedro y Mateo tienen en común algo más que la calle y el hambre. Sus rostros y brazos muestran heridas en proceso de cicatrización; inicialmente, todos afirman haberse caído.
Sin embargo, uno de ellos rompe el silencio y relata los abusos de los que son víctimas por parte del personal de seguridad del centro comercial donde mendigan.
“A ellos no les gusta vernos aquí y todo el tiempo nos sacan. Ahora no lo hacen porque estás tú”, afirma el niño. “Pero el otro día nos preguntaron si queríamos comernos unas empanadas de pollo. Teníamos mucha hambre y les dijimos que sí; entonces nos subieron a una oficina. Era mentira y caímos. Entre varios nos golpearon a todos, y al que pidió primero las empanadas le dieron más duro”.
Jesús Gianfrancesco, habitante del sector y entrenador de fútbol, que ha establecido lazos de amistad con los pequeños en las últimas semanas, confirma el relato.
“Yo los he visto (a los vigilantes). Ellos vejan a estos chamos por estar sucios, por pedir. Los discriminan, sin pensar que tienen una necesidad muy grande. La crisis está haciendo mella en nuestros jóvenes, pero nadie se preocupa por ayudarlos”.
El retorno de un problema sin fin
La mendicidad infantil no es nueva; los “huelepega”, como fueron denominados en los años 90, tampoco. No extraña que la promesa de una solución haya formado parte, incluso, de la campaña electoral del fallecido presidente Hugo Chávez. “Yo, Hugo Rafael Chávez Frías, me prohíbo a mí mismo que haya niños de la calle. Seré el primer culpable si hay niños de la calle en Venezuela”, afirmó tras ser electo Presidente, en diciembre de 1998.
¿La razón de su preocupación y juramento? La alta cifra de niños indigentes, y adictos a esta sustancia, a finales de la década, que convirtió el problema en un tema de interés nacional e internacional. Un reportaje de la periodista Estrella Gutiérrez, publicado por la agencia Inter Press Service, el 11 de julio de 1998, señala que, según Unicef, el 70% de los niños en situación de calle inhalaban pega, de un universo de alrededor de 60 millones de pequeños.
Sus alcances locales también fueron objeto de estudio. “En Venezuela, el fenómeno de los niños y niñas en situación de riesgo o abandono es tan creciente como reciente y se multiplicó los últimos seis años, al agravarse la caída del ingreso real de las familias y su consecuente desintegración”, afirma la periodista en un fragmento del texto, que, casi 20 años después, podría leerse en cualquier diario, con total vigencia.
El alcance del problema provocó, inclusive, la realización de análisis del “narcótico” por parte del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, cuyos resultados desencadenaron campañas nacionales –dirigidas por diversas organizaciones no gubernamentales- que exhortaban la prohibición de la venta del producto a menores de edad, alegando que elementos químicos como el tolueno y ciclohexano (presentes en la pega) eran adictivos y, por lo tanto, debían considerarse drogas restringidas.
Daños irreparables
La inhalación de pega de zapato podría ocasionar daños irreversibles en la salud de los infantes. Desde problemas respiratorios hasta complicaciones intelectuales son parte de las consecuencias de la adicción a este producto químico.
Así lo asegura Alicia Chavare, médico pediatra y neonatólogo. “La principal secuela de esta práctica es a nivel pulmonar. Un niño que huele pega puede comenzar a padecer de enfermedades como bronquitis, asmas bronquiales y semejantes, debido a los solventes presentes en ésta”.
La mendicidad y la desnutrición van de la mano, factor que agrava el diagnóstico. “Si a esto le sumas que el niño no tiene una dieta adecuada, pues obtenemos un paciente con tendencia a padecer anomalías cerebrales y neuronales, que desencadenan en problemas de intelecto”.
La especialista explica que durante la infancia es vital el consumo de alimentos que garanticen el correcto desarrollo del niño, y la maduración de su cerebro y sistema nervioso.
Este proceso incluye la formación de mielina, una capa gruesa que recubre los axones (tallo de las neuronas o células nerviosas), cuya función permite la transmisión de impulsos nerviosos entre distintas partes del cuerpo.
El carente consumo de proteínas –principal compuesto de la mielina- aunado al uso de estupefacientes, que alteran la interacción entre las estructuras cerebrales, arrojan un individuo con importantes problemas de comportamiento, coordinación y, además, propenso a requerir de una droga más fuerte y en mayores cantidades, para saciar su adicción.
Débiles y con “un sistema inmunológico deprimido”, según indica la galeno, los niños de la calle y “huelepega” están expuestos, además, a lesiones recurrentes, cicatrizaciones lentas e infecciones constantes. Sin embargo, Chavare indica que el cuerpo puede adaptarse a estas condiciones, y que el problema debe atacarse, principalmente, desde el ámbito social.
“El sistema de estos niños puede acostumbrarse al hambre y la adicción; pero ambos pueden revertirse, con la ayuda de un equipo multidisciplinario”, asegura. “Es más probable que mueran robando para comprar estupefacientes, que de hambre; por eso es importante rescatarlos a tiempo. Mientras estén en la calle, su futuro será incierto”.
Deberes incumplidos, realidades que espantan
La Ley Orgánica para la Protección del Niño, Niña y Adolescente establece en su Artículo 4 que “el Estado tiene la obligación indeclinable de tomar todas las medidas administrativas, legislativas, judiciales, y de cualquier otra índole que sean necesarias y apropiadas para asegurar que todos los niños y adolescentes disfruten plena y efectivamente de sus derechos y garantías”.
Además, según el apartado que le precede (art. 3), deben aplicarse “por igual a todos los niños, niñas y adolescentes, sin discriminación alguna fundada en motivos de raza, color, sexo, edad, idioma, pensamiento, conciencia, religión, creencias, cultura, opinión política o de otra índole, posición económica, origen social, étnico o nacional, discapacidad, enfermedad, nacimiento o cualquier otra condición de los niños, niñas o adolescentes, de su padre, madre, representante o responsable, o de sus familiares”.
No obstante, la realidad es distante a la teoría y, contrario a lo expuesto en la ley, la mendicidad y sus consecuencias parecen crecer sin barreras en el país.
Índices recientemente publicados por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), señalan que entre 2012 y 2013, la tasa de indigencia en Venezuela se acrecentó de 7,1% a 9,8%; y la pobreza aumentó de 25,4% a 32,1%.
Sin embargo, cifras oficiales, emitidas por el Instituto Nacional de Estadística, aseveran que el índice de Desarrollo Humano (salud, educación e ingresos) del país fue superior en el mismo lapso de tiempo (2012-2013), alcanzando un valor de 0,764, con respecto al 0,763 del año anterior, que representa un “indicador alto”, en una escala del 0 al 1.
“Los avances obtenidos en Desarrollo Humano, provienen de la orientación profundamente humanista del gobierno dirigido por el presidente Nicolás Maduro”, reza el informe.
La falta de censos actuales y pronunciamientos de los entes gubernamentales, ante las palpables escenas de habitantes de Caracas comiendo de la basura dejan más interrogantes que respuestas sobre la veracidad de esta afirmación.
*Todos los nombres fueron modificados para proteger la identidad de los niños partícipes de este reportaje.
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