María Clemencia Mendoza, psicóloga experta en el área infanto-juvenil, se refiere al tema
El Trastorno de Atención e Hiperactividad (TDAH) en los niños es más frecuente de lo que podamos imaginar, advierte la psicóloga María Mendoza, con amplia experiencia en abordaje de problemáticas en el área infanto- juvenil; y quien es parte del equipo de profesionales que labora en la Fundación Centro Italiano Venezolano (Fundaciv), de Caracas.
De acuerdo a su experiencia, Mendoza señala que el TDAH es un trastorno que llegó para quedarse. “Ha sido ignorado de manera abusiva tanto por educadores, psicólogos, psicopedagogos y padres, pero la realidad es que las cifras cada vez aumentan más: uno de cada 10 niños es diagnosticado con este trastorno, pero pocos son los casos que se atienden de forma rigurosa, ya que esto demanda tiempo, dinero y disposición de los padres para lograr un abordaje multidisciplinario según sea el nivel de funcionamiento de cada niño”
Tener TDAH no es bueno ni malo, simplemente se trata de niños que tiene un “cerebro que funciona diferente”. Las estadísticas de los infantes que presentan este trastorno van en aumento conforme pasa el tiempo. En la actualidad existe sensibilidad ante este tema, tanto en la escuela como en los profesionales del área de la salud, por lo que se puede identificar en etapas tempranas. Sin embargo, aún persiste la tendencia a etiquetarlos a la ligera de “problemáticos, groseros y malcriados”.
La psicóloga de Fundaciv señala que, la sintomatología en los primeros años de vida se caracteriza por constantes cambios en el humor: “Tienden a ser excesivamente impulsivos y presentan alteraciones del sueño, su curiosidad por saber todo es insaciable, no toleran la frustración, persisten las rabietas y pataletas la mayor parte del tiempo, tienen una actividad física excesiva, quieren ser el centro de atracción todo el tiempo”.
“Entre los 5 y 6 años se comienzan a establecer hipótesis de que un niño pueda desarrollar este trastorno, pero clínicamente debemos esperar a los 7 años para definir el diagnostico, ya que hasta ese momento los síntomas pudiesen ser producto de cierta inmadurez neurológica, y alcanzado el nivel madurativo podrían desaparecer; sin embargo hay señales en el camino que indican las probabilidades de desarrollo de este trastorno”, señaló Mendoza.
Los síntomas
Entre los síntomas que se aprecian figuran: el no prestar atención a los detalles, o cometer errores por descuido en las tareas o actividades; dificultad para mantener la atención en las tareas o juegos; no escuchar cuando se le habla directamente, no siguen las instrucciones y no terminan las tareas escolares o sus obligaciones. Tienen dificultades para organizar tareas, evitan o le disgustan aquellas que requieren esfuerzo mental sostenido, pierden cosas necesarias para las tareas o actividades (lápices, libros, juguetes), se distraen fácilmente y olvidan actividades cotidianas.
En cuanto a hiperactividad-impulsividad, Mendoza menciona algunas: “Con frecuencia, mueven las manos o los pies, o se remueve en el asiento; corren o trepan excesivamente en situaciones inapropiadas; tienen dificultades para jugar o realizar actividades recreativas de forma tranquila, están “en marcha” o suelen actuar como si “tuvieran un motor”, hablan de forma excesiva. Con frecuencia, precipitan respuestas antes de que hayan finalizado las preguntas, tienen dificultades para esperar el turno, e interrumpen o se inmiscuyen en las actividades de otros”, precisó Mendoza.
Sobre el origen de este trastorno, señaló que este se atribuye normalmente a un “retraso madurativo del cerebro” en el que la información que pasa de una neurona otra (neurotransmisores) es insuficiente en las áreas cerebrales que regulan la atención, el comportamiento motor, y las funciones ejecutivas.
Por otra parte, cita la presencia de factores neuroquímicos, relacionados con un probable fallo en el desarrollo de los circuitos cerebrales y a un desequilibrio de los neurotransmisores dopamina y adrenalina (sustancias químicas del cerebro encargas de transportar la información) que pudieran alterar el trabajo de las funciones ejecutivas, responsables de dirigir el foco de atención, planificar, organizar y regular la conducta e inhibir estímulos irrelevantes del entorno.
Así mismo, el tabaquismo, el estrés y
ansiedad materna durante el embarazo, también figuran como agentes
precipitantes a la aparición del TDAH durante la etapa gestacional o cerca del nacimiento, aun cuando aclara, no
existen evidencias científicas concluyentes acerca de una relación directa de causa efecto sobre
estas variables.
Por último señala que “el estilo de crianza y la
educación recibida no es origen del trastorno, pero si contribuye a agravar los
síntomas y la evolución de la patología en niños que ya presentan síntomas, por
lo que la elección de intervenciones psicológicas, educativas y familiares
adecuadas contribuyen a una mejoría de los síntomas y a un mejor pronóstico”.
En relación con la atención que debe prestarse al afectado por esta patología, la experta indica que el abordaje clínico del TDAH implica un trabajo multidisciplinario que abarque aspectos psicoeducativos, psicológicos neuropsicológicos, psicopedagógicos y farmacológicos; pero que fundamentalmente considera “importante el papel de los padres en el tratamiento ya que de su apoyo y constancia dependerá la modificación conductual que se logre en su hijo”.
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